La piel
se había tornado blanquecina en la zona de los nudillos, debido a la fuerza con
la que la mano se aferraba a un apoyabrazos que había junto a la ventana. El
brazo derecho temblaba de ira, aferrado al trozo de metal, mientras el
izquierdo abría ligeramente la persiana, lo suficiente para ver sin ver visto.
A tan
sólo 30 metros unos matones seguían a una joven. La rodeaban, correteando a su
alrededor, entre piropos, insinuaciones e insultos. En condiciones normales ya
habría pateado a esos hijos de puta hasta que vomiten su jodida testosterona.
Pero salir ahora lo mandaría todo a la mierda. Miró hacia atrás. Todavía discutían
sobre las sandeces de siempre, y la escasa paciencia de Bentor hacía años que
se había agotado.
-
“A la mierda.” – Con pasos decididos se dirigió a la puerta de la
habitación, y su voz acalló al resto, que se quedaron mirándose entre ellos, la
mayoría incapaces de hacerle frente. Uno de ellos se adelantó con pasos
apresurados, agarrándole del brazo.
-
“Sólo un poco más…” – Bentor no dejó que acabara. De un potente
empujón lo empotró contra la pared, y con un movimiento imperceptible para los
presentes, se acercó, su antebrazo haciendo presión en la garganta.
-
“Estoy harto. Harto de esperar, harto de mirar sin hacer nada, harto
de ti.” – Sus ojos empezaron a tornarse rojos. Primero un tenue punto en las
pupilas, un ligero brillo, casi imperceptible. Luego se expandió, cubriendo
todo el ojo como si este estuviera en llamas. Mirarlos era como ver un espejo
que reflejara el mismo infierno.
-
“Si lo haces, todo lo que hemos sacrificado será en vano.” – La voz de
Ancor aún sonaba firme, a pesar de la presión sobre su garganta.
-
“¿Qué?” – Las palabras de Ancor enfurecieron a Bentor. – “¿Qué HEMOS
sacrificado? ¿Cómo te atreves?” – La presión se hizo más fuerte, y el cuerpo de
Bentor comenzó a emanar un calor que enrojeció la piel de Ancor, que intentaba
inútilmente respirar. – “Yo lo he sacrificado todo, mientras tú te has quedado
en las sombras, siempre… planificando. Tú plan. Mi sacrificio.”
Bentor
levantó su mano izquierda y cerró el puño, mientras este se volvía rojo. De
todo su brazo salían pequeños hilos de humo, mientras su piel se volvía
incandescente. En cuestión de unos pocos segundos, todo el puño comenzó a
arder. Horrorizado, Ancor empezó a perder el conocimiento, y sólo cuando el
puño se abalanzó contra su rostro, consiguió articular una palabra casi
inteligible
-
“Hermano”.
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