sábado, 20 de abril de 2013

Relatos (I)


Goliat mantenía la jarra de cerveza cerca de sus labios. Su rostro mostraba una mueca que pretendía ser una sonrisa, y, sin embargo, la mujer que se sentaba frente a él se sentía desagradablemente intimidada. Goliat no era su verdadero nombre, claro, pero no quedaba nadie que recordase su verdadero nombre, y él preferiría olvidarlo. Se llevó el recipiente a los labios y bebió, agotando el contenido de la jarra, que acabó siendo golpeada con fuerza contra la mesa. Fue suficiente para que la mujer diese un visible salto y gimiese asustada.
-          “Gracias por la cerveza, preciosa. Pero me has traído aquí por un trabajo, así que no me hagas perder el jodido tiempo y dime que coño quieres de mí.” – Su grave voz resonó en la pequeña estancia como un trueno que resuena en la inmensidad de la noche.
La mujer hizo ademán de hablar, pero las palabras parecían cuchillas en su garganta, aferrándose a su carne. Goliat se acomodó y suspiró, aburrido.
-          “Joder… ¡Tú¡ Llena al menos mi jarra.” – Una joven salió de entre las sombras. Su cuerpo temblaba visiblemente y había lágrimas surcando su rostro, mostrando una piel tersa y hermosa bajo aquella capa de mugre. La chica recogió la jarra, con miedo, provocando una ligera carcajada en aquella mole, y corrió a la cocina para hacer lo que le habían ordenado.
-          “Se – señor…” – La mujer reunió todo su valor para empezar a hablar. Goliat soltó un bufido ante una palabra que le sonaba ridícula en los tiempos que corrían, más aún cuando se utilizaba para definir a alguien como él. – “Me han dicho que usted… que podría ayudarnos, bueno, que podemos contratarle para… mmm, que…”
-          “Ya, ya. ¿A quién quieres que mate, preciosa?”  - Goliat interrumpió, resumiendo lo que parecía iba a durar horas. Apoyó los codos sobre la mesa, uniendo la palma de una mano el puño de la otra, haciendo crujir sus huesos de forma desagradable. La joven, que volvía con la jarra llena escuchó sus palabras y se quedó inmóvil en la puerta. Tardó segundos antes de que volver a andar, dejando la jarra sobre la mesa, sin acercarse demasiado a aquel hombre. No pudo evitar fijarse en las protuberancias que salían de sus antebrazos. Eran sus propios huesos, afilados como cuchillas, que habían desgarrado la carne y asomaban amenazantes. La chica se estremeció y dio apresurados pasos hacia atrás. Su madre, en cambio, pareció agradecer que Goliat fuese al grano.
-          “Hay un hombr… un ex socio de mi marido. Dice que mi marido le debía mucho dinero, de antes de… morir. Quiere que saldemos su deuda, pero es más de lo que podemos pagarle. Hace una semana me… me acosté con él. Dijo que sería parte del pago.” – La mujer empezó a llorar. Sus lágrimas caían de su nariz y barbilla sobre la mesa. Aunque su mandíbula temblaba, su voz no se rompió. – “Cuando terminamos dijo que con eso olvidaría los intereses.” – Se tapó la boca, y espero durante varios segundos, incapaz de continuar. Goliat la miraba indiferente, ni un ápice de compasión en su rostro. – “Ahora quiere…” – Su llanto se volvió más fuerte, y ahora su voz sonaba distorsionada por el dolor y el miedo – “Quiere a mi hija. Dice que un… un bombón como ella… será pago suficiente. ¡Me la quiere arrebatar! ¡Para siempre!” – Durante unos segundos se hizo el silencio en la estancia, solo interrumpidos por los sollozos de la mujer.
-          “Bueno, bueno. Cálmese. No hace falta que me cuente su vida. Usted tiene un trabajo que yo puedo solventar. Sólo tiene que preocuparse de una cosa, de cómo me va a pagar. No soy barato, pero si contrata a un chapuzas y la caga, él irá a por usted…” – Goliat muestra una sonrisa cínica – “Y a por ese encanto de ahí.” – La joven gimió desde las sombras. – “Así que… más le vale que lleguemos a un acuerdo satisfactorio para los dos.”
La mujer miró hacia su hija, asintiendo con la cabeza. La joven desapareció tras una puerta, y tras hacer algo de ruido, regresó con una pequeña caja. La dejó al alcance de Goliat, lo más lejos de él que pudo, y se colocó junto a su madre. Goliat abrió la caja, y sonrió al ver el contenido. Había algunas joyas, unas cuantas cajas de munición de armas diversas, varios juegos de pilas aún sin abrir, una botella de whisky y, lo más sorprendente de todo, dos cajas de preservativos. No estaba mal, nada mal. Pero aquellas pobres mujeres estaban desesperadas, Goliat sabía que podía sacarles algo más.
-          “No está mal. Pero no es suficiente.” – Goliat cerró con fuerza el cofre. La silla hizo un ruido desagradable cuando se levantó. – “Sé más de lo que crees, mujer. Ese hombre del que hablas nunca está solo. Tendría que encargarme de al menos dos hombres. Mala suerte.” – Los 110 kilos de músculo se dieron la vuelta, en dirección a la puerta.
La mujer se levantó rápidamente, pero no fue capaz de emitir un sonido más allá de un lastimoso y silencioso “no”. Aun así Goliat lo escuchó, se paró en seco, y giró levemente el cuello, sin llegar a mirarlas.
-          “Quizás… tengas algo más que ofrecerme. Quieres que arriesgue mi cuerpo por vosotras, puede que puedas pagarme con otro cuerpo.” – Su sonrisa era morbosa, maliciosa, desagradable y cínica.
La mujer cerró los ojos y bajó la cabeza. Sorbió con la nariz y se aclaró la garganta, intentando armarse de valor.
-          “De acuerdo, puedes tomarme.” – Se notaba que no era la primera vez que la mujer usaba su cuerpo para conseguir cosas de los hombres. Incluso su voz sonó orgullosa cuando lo dijo, pero se descompuso rápidamente con la reacción de Goliat.
El hombre comenzó a reír. Primero ligeramente, luego en desgarradoras carcajadas que hacían congojarse aún más a la mujer. Sus músculos vibraban con su risa y le costó contener la burla.
-          “No es tu cuerpo el que quiero, mujer. Esas tetas viejas ya son de segunda.” – Sus músculos se tensaron cuando levantó la mano y señaló con su grueso dedo a la joven. – “Él se la llevaría para siempre. A mí me bastan con unas pocas horas con esa belleza. Esta misma noche. De la caja no cojeré más que… tres preservativos. El resto al terminar el trabajo.” – La mujer que había sido incapaz de interrumpirlo, sorprendida con sus palabras, había vuelto a llorar. Su hija tenía una mano sobre su boca. Temblaba hasta la última molécula de su cuerpo.
-          “Pero… es solo… una niña. Solo tiene 15 años.”
-          “Verás. Mi familia sufrió una situación similar hace años. Mi padre era un cerdo inmundo, y se metió en líos. Cuando no tuvo otra forma de salir de ellos, nos vendió. Fue antes de que crearan estas “metrópolis seguras”, y es lo que tiene que el mundo se vaya a la mierda, puedes hacer lo que te dé la gana. Aquellos cabrones entraron en casa, violaron a mi madre, y nos llevaron con ellos. Yo tenía 12 años. Durante dos años no fui más que un esclavo, me obligaron a pelear para ganar dinero con las apuestas. Era bueno y conseguí sobrevivir, con algunas cicatrices de regalo. Mi madre corrió peor suerte. Enfermó y murió. A penas cumplí 14 años, robé un cuchillo de la cocina, acabé con tres de aquellos cabrones. Al cuarto, el más hijo de puta, lo maté con mis propias manos.” – Goliat levantó las manos, mostrándolas. – “Créeme. Tu niña, con sus 15 años, está más que preparada para lo que vamos a hacer en esa habitación.”
Las dos mujeres escucharon el relato sin decir ni una palabra. Temían aquel hombre. No querían tener nada con él. Pero no tenían otra opción.
-          “De acuerdo.” – La dulce voz de la joven sonó lejana, como si fuese un sonido arrastrado de otra habitación. Aun así sorprendió a su madre y al propio Goliat, que pronto cambió su muestra de sorpresa por una de sus sonrisas. Goliat miró a la madre.
-          “Entonces… ¿Hay trato?”

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