Goliat
mantenía la jarra de cerveza cerca de sus labios. Su rostro mostraba una mueca
que pretendía ser una sonrisa, y, sin embargo, la mujer que se sentaba frente a
él se sentía desagradablemente intimidada. Goliat no era su verdadero nombre,
claro, pero no quedaba nadie que recordase su verdadero nombre, y él preferiría
olvidarlo. Se llevó el recipiente a los labios y bebió, agotando el contenido
de la jarra, que acabó siendo golpeada con fuerza contra la mesa. Fue
suficiente para que la mujer diese un visible salto y gimiese asustada.
-
“Gracias por la cerveza, preciosa. Pero me has traído aquí por un
trabajo, así que no me hagas perder el jodido tiempo y dime que coño quieres de
mí.” – Su grave voz resonó en la pequeña estancia como un trueno que resuena en
la inmensidad de la noche.
La
mujer hizo ademán de hablar, pero las palabras parecían cuchillas en su
garganta, aferrándose a su carne. Goliat se acomodó y suspiró, aburrido.
-
“Joder… ¡Tú¡ Llena al menos mi jarra.” – Una joven salió de entre las
sombras. Su cuerpo temblaba visiblemente y había lágrimas surcando su rostro,
mostrando una piel tersa y hermosa bajo aquella capa de mugre. La chica recogió
la jarra, con miedo, provocando una ligera carcajada en aquella mole, y corrió
a la cocina para hacer lo que le habían ordenado.
-
“Se – señor…” – La mujer reunió todo su valor para empezar a hablar.
Goliat soltó un bufido ante una palabra que le sonaba ridícula en los tiempos
que corrían, más aún cuando se utilizaba para definir a alguien como él. – “Me
han dicho que usted… que podría ayudarnos, bueno, que podemos contratarle para…
mmm, que…”
-
“Ya, ya. ¿A quién quieres que mate, preciosa?” - Goliat interrumpió, resumiendo lo que
parecía iba a durar horas. Apoyó los codos sobre la mesa, uniendo la palma de
una mano el puño de la otra, haciendo crujir sus huesos de forma desagradable.
La joven, que volvía con la jarra llena escuchó sus palabras y se quedó inmóvil
en la puerta. Tardó segundos antes de que volver a andar, dejando la jarra
sobre la mesa, sin acercarse demasiado a aquel hombre. No pudo evitar fijarse
en las protuberancias que salían de sus antebrazos. Eran sus propios huesos,
afilados como cuchillas, que habían desgarrado la carne y asomaban amenazantes.
La chica se estremeció y dio apresurados pasos hacia atrás. Su madre, en cambio,
pareció agradecer que Goliat fuese al grano.
-
“Hay un hombr… un ex socio de mi marido. Dice que mi marido le debía
mucho dinero, de antes de… morir. Quiere que saldemos su deuda, pero es más de
lo que podemos pagarle. Hace una semana me… me acosté con él. Dijo que sería
parte del pago.” – La mujer empezó a llorar. Sus lágrimas caían de su nariz y
barbilla sobre la mesa. Aunque su mandíbula temblaba, su voz no se rompió. – “Cuando
terminamos dijo que con eso olvidaría los intereses.” – Se tapó la boca, y
espero durante varios segundos, incapaz de continuar. Goliat la miraba
indiferente, ni un ápice de compasión en su rostro. – “Ahora quiere…” – Su
llanto se volvió más fuerte, y ahora su voz sonaba distorsionada por el dolor y
el miedo – “Quiere a mi hija. Dice que un… un bombón como ella… será pago
suficiente. ¡Me la quiere arrebatar! ¡Para siempre!” – Durante unos segundos se
hizo el silencio en la estancia, solo interrumpidos por los sollozos de la
mujer.
-
“Bueno, bueno. Cálmese. No hace falta que me cuente su vida. Usted
tiene un trabajo que yo puedo solventar. Sólo tiene que preocuparse de una
cosa, de cómo me va a pagar. No soy barato, pero si contrata a un chapuzas y la
caga, él irá a por usted…” – Goliat muestra una sonrisa cínica – “Y a por ese
encanto de ahí.” – La joven gimió desde las sombras. – “Así que… más le vale
que lleguemos a un acuerdo satisfactorio para los dos.”
La
mujer miró hacia su hija, asintiendo con la cabeza. La joven desapareció tras
una puerta, y tras hacer algo de ruido, regresó con una pequeña caja. La dejó
al alcance de Goliat, lo más lejos de él que pudo, y se colocó junto a su
madre. Goliat abrió la caja, y sonrió al ver el contenido. Había algunas joyas,
unas cuantas cajas de munición de armas diversas, varios juegos de pilas aún
sin abrir, una botella de whisky y, lo más sorprendente de todo, dos cajas de
preservativos. No estaba mal, nada mal. Pero aquellas pobres mujeres estaban
desesperadas, Goliat sabía que podía sacarles algo más.
-
“No está mal. Pero no es suficiente.” – Goliat cerró con fuerza el
cofre. La silla hizo un ruido desagradable cuando se levantó. – “Sé más de lo
que crees, mujer. Ese hombre del que hablas nunca está solo. Tendría que
encargarme de al menos dos hombres. Mala suerte.” – Los 110 kilos de músculo se
dieron la vuelta, en dirección a la puerta.
La
mujer se levantó rápidamente, pero no fue capaz de emitir un sonido más allá de
un lastimoso y silencioso “no”. Aun así Goliat lo escuchó, se paró en seco, y
giró levemente el cuello, sin llegar a mirarlas.
-
“Quizás… tengas algo más que ofrecerme. Quieres que arriesgue mi
cuerpo por vosotras, puede que puedas pagarme con otro cuerpo.” – Su sonrisa
era morbosa, maliciosa, desagradable y cínica.
La
mujer cerró los ojos y bajó la cabeza. Sorbió con la nariz y se aclaró la
garganta, intentando armarse de valor.
-
“De acuerdo, puedes tomarme.” – Se notaba que no era la primera vez
que la mujer usaba su cuerpo para conseguir cosas de los hombres. Incluso su
voz sonó orgullosa cuando lo dijo, pero se descompuso rápidamente con la
reacción de Goliat.
El
hombre comenzó a reír. Primero ligeramente, luego en desgarradoras carcajadas
que hacían congojarse aún más a la mujer. Sus músculos vibraban con su risa y
le costó contener la burla.
-
“No es tu cuerpo el que quiero, mujer. Esas tetas viejas ya son de
segunda.” – Sus músculos se tensaron cuando levantó la mano y señaló con su
grueso dedo a la joven. – “Él se la llevaría para siempre. A mí me bastan con
unas pocas horas con esa belleza. Esta misma noche. De la caja no cojeré más
que… tres preservativos. El resto al terminar el trabajo.” – La mujer que había
sido incapaz de interrumpirlo, sorprendida con sus palabras, había vuelto a
llorar. Su hija tenía una mano sobre su boca. Temblaba hasta la última molécula
de su cuerpo.
-
“Pero… es solo… una niña. Solo tiene 15 años.”
-
“Verás. Mi familia sufrió una situación similar hace años. Mi padre
era un cerdo inmundo, y se metió en líos. Cuando no tuvo otra forma de salir de
ellos, nos vendió. Fue antes de que crearan estas “metrópolis seguras”, y es lo
que tiene que el mundo se vaya a la mierda, puedes hacer lo que te dé la gana.
Aquellos cabrones entraron en casa, violaron a mi madre, y nos llevaron con
ellos. Yo tenía 12 años. Durante dos años no fui más que un esclavo, me
obligaron a pelear para ganar dinero con las apuestas. Era bueno y conseguí
sobrevivir, con algunas cicatrices de regalo. Mi madre corrió peor suerte. Enfermó
y murió. A penas cumplí 14 años, robé un cuchillo de la cocina, acabé con tres
de aquellos cabrones. Al cuarto, el más hijo de puta, lo maté con mis propias
manos.” – Goliat levantó las manos, mostrándolas. – “Créeme. Tu niña, con sus
15 años, está más que preparada para lo que vamos a hacer en esa habitación.”
Las dos
mujeres escucharon el relato sin decir ni una palabra. Temían aquel hombre. No
querían tener nada con él. Pero no tenían otra opción.
-
“De acuerdo.” – La dulce voz de la joven sonó lejana, como si fuese un
sonido arrastrado de otra habitación. Aun así sorprendió a su madre y al propio
Goliat, que pronto cambió su muestra de sorpresa por una de sus sonrisas.
Goliat miró a la madre.
-
“Entonces… ¿Hay trato?”